Era jueves y cogía el metro en hora punta camino de la universidad. Mientras viajaba bajo los efectos aletargantes de la rutina, tuve una reflexión curiosa alimentada por la imagen que día a día ofrece el transporte público a cualquier ojo atento de la realidad que nos rodea. En este caso era la de un grupo de usuarios absortos ante sus móviles de última generación. Estaban impermeabilizados: los auriculares taponaban sus oídos y diminutas pantallas nublaban su vista. Nadie parecía atento a lo que pudiera pasar en aquel vagón.
¿Nadie?
La teoría mencionada se fija en los cambios que se dan en la sociedad
y que motivan la delincuencia. Establece que la motivación a delinquir puede
ser alimentada por dichos cambios (también hay influencia inversa, inhibiendo al delincuente) ya sea dando nuevos objetivos susceptibles de delito,
así como disminuyendo la seguridad y facilitando la oportunidad delictiva. Uno de los ejemplos más utilizados es
el efecto que provocó la incorporación de la mujer al mercado laboral en Estados Unidos a partir
de la década de los 60. Este hecho provocó un cambio en el mundo delictivo por
cuanto a que las casas empezaron a quedar muchas horas sin supervisión, cosa
que comportó que los robos en viviendas empezaran aumentar.
Pero volviendo al vagón de metro, esta teoría da que pensar. La
masificación de los smartphones ha llevado al uso
generalizado de los mismos. Entre los ciudadanos se ha asentado el hábito de
usar todas sus múltiples aplicaciones para abstraerse durante el trayecto. Ello
reduce la atención de los usuarios y los hace más vulnerables a ser víctima del
carterista. No es novedad, ni mucho menos, la existencia de carteristas en los
transportes públicos. De hecho su aumento es motivo de debate y opinión en los
medios desde hace ya tiempo. Todos acaban concluyendo que la autoprotección es
el remedio más eficaz para luchar contra este tipo de hurtos.
“Mientras la
situación no mejore, la autoprotección parece ser para los usuarios la mejor
arma para luchar contra los robos. Llevar bolsos cruzados lo más pegados al
cuerpo (especialmente en el caso de las mujeres) o evitar portar el billetero
en el bolsillo trasero de los pantalones son algunos de los apartados más
destacados del manual del buen pasajero del metro. Andrea García, estudiante de
18 años, añade más. Ir “con mil ojos” y llevar el dinero repartido en
diferentes bolsillos, nunca en el monedero.” 1
Además quien utilice el
metro barcelonés le será conocida la seguridad a modo de recomendación, que se
emite constantemente por los altavoces y pantallas, de ir con cuatro ojos para
no ser víctima de carteristas.
Pues bien a toda esta
serie de medidas, y en tono de Grouxo Marx, propongo una más. Los nuevos
teléfonos, por ley, deberían exponer una nota bien visible advirtiendo que el
uso indiscriminado de los mismos puede hacer bajar la guardia ante la vida. Si!
Como si de paquetes de tabaco con sus ineficaces advertencias se tratara. La abstracción
del móvil ya no solo es preocupante en el metro; sino en la calle, en la cola
del supermercado hasta en cualquier reunión con amigos. No dispongo de datos al
respecto, pero pensemos en cuantos atropellos, caídas, mierdas de perro pisadas
y conversaciones perdidas se habrán dado desde que el móvil es algo más
que un aparato para llamar.