lunes, 5 de noviembre de 2012

El factor de la invulnerabilidad


¿Por qué fumamos cuando sabemos que es una de las principales causa de cáncer? ¿Qué lleva a la gente a practicar relaciones sexuales sin protección aún sabiendo la posibilidad de embarazo o ETS? ¿Cómo se explica que a día de hoy se sigan produciendo tantos accidentes de tráfico pese a que existan medidas preventivas de información y control?  La correcta respuesta comportaría una explicación extensa en la que se desgranasen los múltiples  factores que intervienen en la psicología humana, y que llevan a las personas a asumir todo tipo de riesgos. Sin embargo, existe un mínimo común denominador aplicable a éstas y otras cuestiones con idéntica raíz, es la llamada Invulnerabilidad Cognitiva.


En psicología se conoce así a una de las distorsiones cognitivas que se dan a la hora de procesar la información que nos rodea. Ésta no es otra cosa que lo que conocemos coloquialmente como el “a mi eso no me pasa”, es decir, la falsa creencia de que somos invulnerables a los riesgos del mundo, la tendencia a percibir que se tienen menos probabilidades, que el resto, a que ocurran acontecimientos negativos. El efecto de este sesgo puede ser potenciado o disminuido según la personalidad, experiencia o circunstancias concretas de la persona. Tanto el estado de consciencia como la capacidad de autoestima son fundamentales a la hora de alimentar o retraer la distorsión. Cuanto más consciente se es de la realidad y de los riesgos que se asumen con cada acto, menor es el sentimiento de invulnerabilidad. Igualmente la visión que tengamos de nosotros mismos, y como nos valoremos, hará que seamos más propensos a incurrir en riesgos, o por el contrario, que tendamos a evitarlos. Además es básico analizar el tipo de beneficio que se obtiene como contraprestación del riesgo. Por ejemplo, el intento de concienciar mediante advertencias en las cajetillas sobre el peligro de cáncer, que el tabaco provoca a largo plazo, nada tiene que hacer con la satisfacción instantánea, adictiva y placentera que da fumar un cigarrillo después de las comidas. La misma ineficacia que tienen las advertencias medioambientales para las grandes empresas que, con tal de hacer dinero, poco les importa la contaminación que emitan. Aunque en éste último ejemplo el problema de base es que sale más barato pagar la multa, si un día se lía parda, que producir sin contaminar.


Este sesgo optimista de las personas a la hora de valorar si exponerse a un riesgo nos interesa como criminólogos. Principalmente porque explica una pequeña parte de la conducta humana y nos da claves en nuestro terreno de estudio y análisis. Encontramos esta distorsión en los llamados delitos de riesgo y es un factor que forma parte de la explicación del delito, pero también interesa desde el análisis de las medidas preventivas que se tomen. Un ejemplo claro sobre esto último es la evolución que han sufrido las explícitas y agresivas advertencias por parte de la DGT. A fin de intentar poner en consciencia al conductor no se limita a emitir anuncios en televisión. Éstos simplemente conciencian en el sofá pero, una vez se está al volante, la distorsión hace apretar el acelerador, no parar a descansar, o no privarse de la cerveza en el área de servicio. Por ello se optó por advertir mediante anuncios en plena carretera o directamente vetar la compra de alcohol o el límite de velocidad. Además, sabiendo que este tipo de distorsiones son difíciles de tratar de un modo general, no es extraño que las campañas vayan dirigidas a personas cercanas al conductor para que sean ellos los que actúen como control informal.  Sin embargo parece que la eficacia solo será posible cuando los automóviles se vuelvan tan tecnológicamente inteligentes que sean capaces de controlar los errores humanos: Coches que no dejen conducirlos si no se supera un test de alcoholemia, o que frenen al detectar otro coche a poca distancia. 




La seguridad vial y el resto de referencias casuísticas tan solo son unos pocos ejemplos entre los muchos que interviene esta distorsión y de la que nadie se libra. Así que reto al lector a detectar en su día a día ejemplos tales como cuando no se apaga el móvil en el avión por pereza, cuando decidimos prescindir del cinturón o casco por comodidad o cuando vemos que el director de una discoteca no toma las medidas de seguridad apropiadas para ahorrarse los miles de euros que valen. En cada caso el razonamiento del infractor acaba conteniendo ese factor de invulnerabilidad. Y ahora, que conoces  de que se trata, ¿cuántos eres capaz de ver?